Cómo cultivar el amor que desea la felicidad
de los demás
Debemos cultivar el amor desiderativo contemplando que los seres
sintientes, por quienes sentimos tanto amor, carecen de verdadera
felicidad. Todos deseamos ser felices, pero nadie disfruta de verdadera
felicidad en el samsara. En comparación con el sufrimiento
que han de soportar los seres sintientes, su felicidad es fugaz
y esporádica, y además está contaminada porque
su naturaleza, en realidad, es sufrimiento. Buda denominó
sufrimiento del cambio a las sensaciones agradables que nos proporcionan
los disfrutes mundanos, porque no son más que una disminución
temporal del sufrimiento manifiesto, es decir, que experimentamos
placer porque aliviamos nuestro dolor. Por ejemplo, el placer que
sentimos al comer no es más que una disminución temporal
del hambre, el que experimentamos al beber lo es de la sed, y el
que disfrutamos de nuestras relaciones con los demás, de
la soledad.
Para comprenderlo, debemos reconocer que si aumentamos la causa
de nuestra felicidad mundana, esta última se convertirá
poco a poco en sufrimiento. Por ejemplo, cuando comemos nuestro
plato favorito, nos parece delicioso, pero si siguiéramos
comiendo más y más, el placer se convertiría
en malestar y, finalmente, en dolor. Sin embargo, con las experiencias
dolorosas no ocurre lo contrario. Por ejemplo, por mucho que nos
golpeemos un dedo con un martillo, el dolor nunca se transformará
en placer porque es una causa verdadera de sufrimiento. Al igual
que una causa verdadera de sufrimiento no puede proporcionar felicidad,
una causa verdadera de felicidad tampoco puede producir sufrimiento.
Puesto que las sensaciones placenteras que nos proporcionan los
disfrutes mundanos se convierten en sufrimiento, no pueden ser verdadera
felicidad. Si nos excedemos en cualquier actividad, ya sea comer,
practicar un deporte, realizar el acto sexual o cualquier otro disfrute
mundano, tarde o temprano terminará causándonos sufrimiento.
Por mucho que busquemos la felicidad en los placeres mundanos, nunca
la encontraremos. Como se mencionó con anterioridad, disfrutar
de los placeres del samsara es como beber agua salada: en lugar
de calmarnos la sed, la intensifica. En el samsara nunca nos sentiremos
plenamente satisfechos.
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